La hipnosis de las pantallas: reflexiones Aurelio del Portillo |
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RESUMEN |
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Se observa cómo la disposición del telespectador ante las pantallas es de alguna forma una entrega psíquica ante una representación de la que, con demasiada facilidad, no se cuestiona su nivel de realidad y/o veracidad ni se valora de forma selectiva el interés o calidad de su contenido. Es evidente que la forma de ver televisión, como lo es la de leer o escuchar música, depende de un proceso de aprendizaje que se ha obviado encubierto por la cotidianidad omnipresente del televisor, su aparente «naturalidad». Pero el lenguaje televisivo no es un lenguaje natural, sino, más bien al contrario, un complejo sistema de selecciones, exclusiones y estructuras claramente dirigidas a transmitir un mensaje con un alto contenido intencional. Se ha hablado desde hace muchos años de «educación en medios», «educomunicación», se habló incluso de la función del medio televisivo como «edutenimiento». Se han recopilado y revisado recientemente multitud de trabajos de corte reflexivo y especulativo sobre la influencia de la televisión en niños y jóvenes, tema de importante presencia social en la actualidad. Pero quizás es necesario cuestionar de una forma más directa qué tipo de actividad cognitiva se da frente a los televisores y de qué tipo de influencia procede la fascinación hipnótica que producen. En un grado mínimo de participación interactiva esa dinámica se basa fundamentalmente en la estructura rítmica que se construye precisamente para mantener la atención, para sostener la hipnosis de la que depende la eficacia integral, global, del texto. Pero se puede ver también cómo la pasividad con la que cada día se está ante los televisores está neutralizando o modificando esa actividad cognitiva, que podría ser de alguna manera distanciada y potencialmente crítica, eliminando todo tipo de reto intelectivo y favoreciendo más comportamientos propios de individuos hipnotizados, que en muchos casos piensan, dicen y hacen lo que la televisión dice, posiblemente sin darse cuenta de ello. Tanto si se atiende a las motivaciones internas, «necesidades, tendencias e impulsos que, con frecuencia, operan por debajo del umbral de la conciencia» como a las influencias y condicionantes externos que ha articulado la Psicología del Aprendizaje Social, lo que está meridianamente claro es que la mente humana desarrolla los procesos de aprendizaje que constituyen y configuran el sentido de su vida bajo la presión de importantes presiones psíquicas. ¿En qué fase de ese aprendizaje y de qué manera se produce principalmente la configuración de la mente lectora de textos audiovisuales? ¿Puede modificarse, reeducarse, esa configuración, de tal manera que favorezca el distanciamiento y juicio crítico ante los mensajes televisivos? Todos estos interrogantes nos dirigen sin duda a fases iniciales del aprendizaje, a la infancia y adolescencia, e inspiran los trabajos de investigación que estamos desarrollando para la creación de grupos de trabajo con los que experimentar a través de observación participante y grupos de discusión los efectos del aprendizaje activo del medio televisivo en la capacidad de discernimiento ante determinados productos de consumo audiovisual, y en el desarrollo de unidades didácticas audiovisuales que ayuden a desenmascarar de alguna manera el «truco» con el que la televisión construye sus campos de influencia, desde un simple encuadre selectivo que deja fuera la parte de realidad que «no interesa», hasta la forma en la que los textos televisivos construyen nuevas realidades o visiones en las que frecuentemente es difícil distinguir realidad y representación, verdad y punto de vista. |
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ABSTRACT | ||||||
TV viewers suffer very often a psychical surrender in front the screens. This is a way of defencelessness against different levels of reality and veracity of TV contents. The mental attitude of viewer is a learning process usually hidden by appearance of naturalness of quotidian television device presence. But TV language is not natural, but rather a complicate system of message structures built in clearly intentional purpose. |
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DESCRIPTORES/KEYWORDS | ||||||
Televisión, telespectadores, actividad cognitiva, atención. |
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Ante la evidencia de que la presencia de la televisión en nuestras vidas ha cobrado un valor cuantitativo y cualitativo de enorme importancia, nos planteamos de qué forma su fuerza como medio y su capacidad de fascinación se inicia ante nuestras miradas, en principio inocentes, hasta llegar a convertirse en una referencia omnipresente en nuestras vidas y en nuestra formación como individuos y ciudadanos. Según un estudio del Consell de l'audiovisual de Catalunya (CAC), los niños entre 4 y 12 años pasan una media de 990 horas al año frente al televisor, mientras que las horas que pasan en el aula son, también como media, unas 960. No se trata de analizar este dato, sin duda muy significativo, sino de preguntarse por qué ocurre esto. Queremos reflexionar sobre el poder de seducción de las pantallas, sobre la manera en que esa relación entre el espectador y el televisor puede convertirse en una suerte de hipnosis con una potencial capacidad de influencia en la mentalidad de las personas, sobre todo en sus primeras fases de aprendizaje en la infancia y adolescencia. Quizás atendiendo a ese mecanismo seductor podamos plantearnos algunas fórmulas que sirvan como defensa o antídoto ante los excesos de fascinación que la televisión puede producir. Los profesionales de este medio audiovisual hemos aprendido desde cero los mecanismos técnicos, estéticos y narrativos con los que se realiza, y con ello hemos constatado un notable distanciamiento en nuestra posición psíquica, intelectual y emocional ante el televisor, precisamente por conocer bien su artificio. ¿Podría trasladarse de alguna manera parte de esa formación al conjunto de los espectadores para permitirles desarrollar una mayor capacidad de discernimiento crítico entre los contenidos televisivos y la retórica audiovisual con que se le presentan? Sobre esta posibilidad investigamos |
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1. Rendición ante las pantallas | ||||||
Ver televisión es una actividad cotidiana que realizamos en muchos casos de forma casi inconsciente, como caminar o conducir, acciones que permiten la simultaneidad de otros pensamientos o divagaciones sin exigir un esfuerzo de atención o un nivel alto de conciencia. Pero en ello permanece activa nuestra percepción e interpretación de mensajes a través de formas visuales y sonoras. Es obvio que los textos audiovisuales que las diferentes programaciones televisivas proponen pueden despertar el interés del espectador de forma significativa consiguiendo una disposición más activa ante la pantalla, un interés que debe mantenerse y alimentarse, como ya hemos comentado en otras ocasiones (Portillo, 2003). Pero también es cierto, y lo podemos observar con facilidad de forma cotidiana, que existe el hábito de ver televisión independientemente del contenido que se transmita. Es decir, que nos entregamos a lo que la pantalla muestra sin exigir el más mínimo rigor ético ni estético. Los índices de audiencia de la llamada «televisión basura» así lo demuestran. Entonces cabe hacerse una pregunta sustancial: ¿por qué la televisión secuestra nuestra atención sin que se produzca una selección exigente de los contenidos? Y otra más: ¿cuál es el fenómeno psíquico que favorece ese aparentemente placentero proceso de alienación? Y decimos placentero porque en principio ése es el mecanismo básico del comportamiento humano: la persecución del placer y la huida del sufrimiento. En este sentido «implica un cierto grado de adicción cualquier placer porque armoniza con nuestra tendencia natural más inmediata» (Portillo, 2004). Lo que nos cuestionamos ahora es si realmente resulta placentero siempre ver la televisión y por qué. |
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2. El aprendizaje del telespectador | ||||||
Como planteamos en esta reflexión, ver televisión se ha convertido en algo común, cotidiano, en un gesto aparentemente natural. Pero el lenguaje televisivo no es un lenguaje natural, sino, más bien al contrario, un complejo sistema de selecciones, exclusiones y estructuras claramente dirigidas a transmitir un mensaje con un alto contenido intencional. Se ha hablado desde hace muchos años de «educación en medios», «educomunicación», se habló incluso de la función del medio televisivo como «edutenimiento» (Gubern, 1987). Se han recopilado y revisado recientemente multitud de trabajos de corte reflexivo y especulativo sobre la influencia de la televisión en niños y jóvenes, tema de importante presencia social en la actualidad (García Mantilla y otros, 2004). Pero quizás es necesario cuestionar de una forma más directa qué tipo de actividad cognitiva se da frente a los televisores y de qué tipo de influencia procede la fascinación hipnótica que producen. El conocimiento humano se basa en una compleja «red semántica» en la que «todo se relaciona con todo» y en la que las estructuras mentales se configuran como asociaciones de ideas y significados (Lindsay y Norman, 1975). El lenguaje, a nivel básico, consiste en la relación entre un significante y un significado. Por ejemplo, el grafismo o sonido de una palabra se asocia con una idea o concepto. De forma semejante se desarrollan otros lenguajes, como es el lenguaje audiovisual y sus peculiares aplicaciones televisivas, asociando elementos visuales o sonoros con determinadas representaciones mentales en una relación semántica que se va configurando en ese proceso de aprendizaje que nos convierte en telespectadores. |
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3. La hipnosis audiovisual | ||||||
Es muy interesante observar que la influencia de contenidos televisivos violentos en las actitudes de los espectadores, estudiada fundamentalmente en los niños, aumenta según la valoración de «real» que se le otorga a personas y situaciones. Los niños ya diferencian entre realidad y ficción a partir de los 3-4 años de edad, y sus reacciones de comportamiento negativo influidas por lo que han visto en televisión aumenta significativamente cuando consideran «real» lo que ven (García Galera, 2002). Esto supone, por ejemplo, que los programas informativos, en los que se recogen diariamente situaciones violentas, están en primera línea en esa influencia sobre la mente del espectador a la que hacemos ahora referencia. Y sabemos que el tratamiento de la información no está regido siempre por criterios de objetividad, rigor ético, etcétera, sino que entra de lleno en el juego de competitividades que el difícil mercado de la televisión potencia actualmente. Todo ello puede ser aplicado también a todo tipo de producto televisivo que ha llegado a ser calificado como «pornografía de sentimientos», en la misma línea de perversión de las «snuff movies»: los «reality shows», «talk shows», la transmisión de situaciones dolorosas, del sufrimiento, de la muerte,… Y no solamente es terrible que el dolor sea un espectáculo rentable, lo que de por sí puede evidenciar un grado lamentable de degeneración de la condición humana, sino que los actores de la representación televisiva, quienes «salen» por televisión, son potencialmente modelos de comportamiento para los telespectadores, y esto resulta especialmente preocupante. Es un hecho que los personajes que aparecen en los diferentes formatos televisivos pueden ser considerados como modelos de referencia por los telespectadores, especialmente por los más jóvenes, más proclives a la mitificación: «los niños tienden a cambiar sus criterios de valoración moral para situarlos en la dirección de los juicios de sus modelos» (Bandura, 1984). Realmente deberíamos reflexionar profundamente sobre esto. La hipnosis televisiva actúa desde los mensajes que se transmiten, desde los personajes que canalizan la comunicación y desde las propias características del lenguaje audiovisual, que muestra y oculta, enfatiza o camufla hechos, ideas y emociones para dirigir intencionadamente las reacciones del espectador. Quizás en principio para que «compre», para que adquiera productos materiales o ideológicos, para consolidar clientelas como audiencias consumidoras. Pero de paso configura mentalidades individuales y sociales y, por lo tanto, se configura también como una referencia de carácter moral. El problema en el caso de los niños es grave si se consideran las dificultades que el niño tiene para la introspección y para considerar los pensamientos y sentimientos que surgen en él como algo personal, haciendo de ellos algo objetivo y generalizado (Piaget, 1933). |
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4. Mostrar el truco para romper el hechizo | ||||||
Quizás la hipótesis principal que nos estamos planteando en esta reflexión es que si se hace consciente al espectador del truco con el que se le está fascinando, el mago pierde su poder al convertirse simplemente en ejecutor de habilidades o destrezas comprensibles de forma racional. La magia ya no sería tal, sino que puede ser asimilado en unos niveles de realidad cotidiana asequibles como «normales». Consideramos que el telespectador medio no es consciente de que un encuadre le muestra algo, pero al mismo tiempo le oculta mucho más. Tampoco sabe el espectador que un primer plano da importancia psicológica a algo o a alguien, aunque perciba inconscientemente el resultado de tales usos retóricos. El acercamiento efectivo a las claves de construcción de los textos audiovisuales, y de forma más específica a la forma de realizar programas de televisión, podría, a nuestro juicio, establecer un marco de referencia cualitativamente distinto en el que la lectura de tales textos se podría efectuar con una visión más formada, más objetiva, más distanciada. Ya es un hecho que los usuarios conocen cada vez más los recursos básicos de toma y edición de imágenes. La vertiginosa evolución de la tecnología que se aplica a la producción audiovisual acorta las distancias entre medios profesionales y los llamados «de consumo», de uso doméstico. Tanto por precios como por su facilidad de uso, los sistemas técnicos de registro y postproducción de imágenes digitales permiten un acercamiento masivo a la realización de pequeños formatos domésticos. Pero no parece que esto implique un conocimiento real de las fórmulas técnicas, narrativas y estéticas con las que se realiza la televisión profesional. Y es importante, como estamos señalando, que se valore cada uno de esos elementos narrativos, desde la escala de planos con la que se encuadra, los movimientos de la cámara como recurso expresivo, la importancia de la luz y el color, las asociaciones de ideas y creaciones de realidades aparentes que facilita el montaje, el valor emocional de la banda sonora, etcétera. Son estos recursos los que hacen eficaz un texto audiovisual televisivo, y en ellos se basan las capacidades potenciales de fascinación del medio, como bien sabemos y manejamos quienes nos dedicamos a esta profesión. Al trabajar directamente con esa dinámica de influencia emocional que hemos comentado, hacemos de la televisión un arma potencialmente peligrosa, lejos de esa apariencia de inocuidad y naturalidad ante la que los telespectadores se entregan. «En este sentido, los efectos inadvertidos de la televisión podrían considerarse como la inversión del efecto placebo: si en éste, una sustancia inocua pero que aparentemente no lo es produce un efecto real por la falsa conciencia, en la experiencia televisiva un producto aparentemente inocuo produce un efecto real precisamente por la falta de conciencia de su no inocuidad» (Ferres i Prats, 1996). Se trataría pues de mostrar y evidenciar la capacidad del lenguaje televisivo para ‘mentir', para limitar o modificar la realidad en el proceso de representación. Los telespectadores no son conscientes habitualmente de que la televisión muestra puntos de vista y que éstos no son seleccionados por el receptor sino por quienes manejan el medio. Habría que enseñar desde las fases iniciales de la formación y educación de las personas, no sólo a ver televisión, sino también a descodificar los recursos expresivos propios de su lenguaje. |
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5. Otras propuestas | ||||||
Paralelamente al desarrollo de una pedagogía dirigida a formar a los escolares en el funcionamiento del lenguaje audiovisual aplicado a la programación televisiva, trabajamos en el diseño de líneas de investigación interdisciplinares entre especialistas en comunicación y psicopedagogía infantil para desarrollar estudios que relacionen la programación de televisión y el consumo que de ella hacen los niños. No tanto en el sentido de catalogar qué tipo de contenidos ven cotidianamente y valorar niveles de adecuación a sus necesidades y capacidades, sino en el de calibrar hasta qué punto el medio puede condicionar y dirigir el aprendizaje del niño en la formación y desarrollo inicial de valores y otros niveles de comprensión e integración de su mentalidad personal y social. En otras palabras, se trata de incidir en la representación del mundo en la mente del niño a través del filtro que supone esa otra representación intermedia, externa y altamente condicionada que hace la televisión, valorando tanto las ideas y estructuras narrativas con las que se construye su discurso como aspectos formales, técnicos y estéticos del lenguaje televisivo, como apuntábamos antes. Algunos profesores de la Universidad Rey Juan Carlos y de la Universidad Carlos III de Madrid trabajamos en el desarrollo de trabajos de campo que permitan poner a prueba la eficacia de la formación práctica en técnicas y recursos audiovisuales para potenciar la capacidad crítica del estudiante ante los discursos audiovisuales. Por supuesto que esto podría aplicarse a personas de cualquier edad, pero hemos considerado prioritaria la necesidad de realizar estos trabajos en niveles iniciales de educación, cuando se configuran las actitudes de las que dependerá esa posibilidad de distanciamiento que proponemos. |
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Referencias | ||||||
BANDURA, A. (1984): Teoría del aprendizaje social. Madrid, Espasa Calpe. |
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Aurelio del Portillo García es profesor titular de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid (España) (adelportillo@cct.urjc.es). |
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