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En los tiempos que corren, en los que la sociedad se encamina hacia la «aldea global», tal y como profetizaba McLuhan, en los que cada punto del planeta se encuentra interconectado con cualquier otro a modo de rizoma (recordemos el concepto apuntado por Deleuze y Guattari), es imposible pensar que el hombre pueda acceder a su entorno directamente a través de los sentidos, conociendo la realidad «de primera mano». De esta forma, la función mediática es imprescindible; simplemente por una razón física, el hombre no puede asistir «in praesentia» a todos los acontecimientos mundiales. Por ejemplo, la televisión sustituye la percepción sensorial directa de los acontecimientos por una percepción «dirigida», por uno o más grupos de poder, aquellos que controlan el medio, que convierten la realidad como tal en una construcción homogénea lista para ser consumida. El mensaje televisivo se convierte de esta forma en una manera de representación, que hace accesible el «mundo» a los telespectadores. Ahora bien, todo ese proceso complejo viene acrecentado por dos grupos de factores: por un lado, las características propias del medio televisivo, la fragmentación, la heterogeneidad y la ausencia de clausura; y por otro, nos encontramos con el arduo problema de la apariencia y la verdad en televisión, punto clave para entender la relación contractual del receptor y el medio en cuestión. El discurso televisivo no se entrega al destinatario con un sentido definido y realizado, sino que le facilita una propuesta para que la interprete. El significado de dicho texto nace de la confrontación del mismo y su destinatario; en esa dialéctica que dará como fruto el sentido juegan un papel importante dos factores: la posición que asigna el texto al telespectador y la situación que el contexto social asigna al destinatario. De esta manera, la operación del sentido se configura como una parcela absolutamente activa y profundamente arraigada en el seno de lo social. Hemos comentado que una de las características que distinguen a este medio del resto es la heterogeneidad genérica; pues bien, esto puede provocar que el espectador confunda unos y otros tipos de programas y no acierte a comprender del todo cuándo debe aplicar unas normas u otras en un entramado caracterizado por la verosimilitud. Por otro lado, las relaciones entre apariencia y verdad originan que ciertos telespectadores tengan el «problema» de pensar que el mundo se halla íntegramente en la televisión. De esta manera, aquello que no se encuentra en la pantalla, no ha sucedido realmente, o bien, ciertos acontecimientos que pasarían desapercibidos, cobran una importancia desmesurada gracias a la televisión. Además, la manipulación de los medios puede llegar a construir una realidad «a medida» para aquellos grupos de poder que controlan los medios de comunicación, imposible de contrastar por los espectadores, los cuales son incapaces de comprobar la existencia real de ciertos acontecimientos por la propia limitación física. Casetti y Di Chio delimitan varias áreas de análisis del consumo televisivo para acercarnos al fenómeno perceptivo con una serie de datos cuantitativos que permitan su interpretación posterior y tal vez la posible paliación de algunos de los efectos anteriormente comentados. Ahora bien, estos datos cuantitativos distan mucho de mostrarse como suficientes para una intervención activa sobre el consumo más o menos responsable de la televisión. La formación de un receptor crítico es la pauta esencial para asegurar el consumo consciente y plenamente responsable; esta «educación televisiva» debe contemplar pasos como ofrecer criterios acerca de la realidad o facilitar datos acerca del papel de los medios y su función social. La educación del telespectador se convierte así en la manera más efectiva de alcanzar un proceso comunicativo estable, responsable, rico y, sobre todo, consciente, de tal modo que el receptor ejerza su consumo con las herramientas oportunas que permitan evitar problemas contractuales con el medio.
Nowadays, when our society runs towards the «global village», as it was seen by M. Mc Luhan, every place in the planet is connected to any other like a rhizome (remember the concept by G. Deleuze and f. Guattari) and it´s impossible to think that the human being may get in touch with his environment directly through his senses, knowing the real world at «first-hand». So, the function of the mass media is essential; simply because of a physical reason, the man is not able to be in praesentia in every world event. For instance, television replaces direct sensory perception of events for a «lead» perception, controlled by one or more power groups, those ones that own the media, which turn reality into a homogeneous construction ready to be watched. Television messages gets into a a way of representation, that makes the world open to the viewers.